martes, 1 de septiembre de 2009

Quince minutos

Conversaba tranquilamente con sus amigas en el bar de su facultad, mientras uno de los ayudantes del dueño del local limpiaba la mesa en que se encontraban. Cuando el muchacho pasó por última vez el trapo sobre la mesa algunos restos cayeron sobre sus faldas, pero ella sólo lo miró con una sonrisa en el rostro. En verdad Justina era una chica muy risueña y sobre todo calmada, por lo que nunca se esperaría de ella algún tipo de exabrupto.

Ahora que habían salido de clases se encontraban planeando una salida todas juntas para ir a bailar en una disco, en la que esperaban conocer hombres guapos con los que establecer algo más que una amistad. Justina casi no intervenía en la conversación, al fin y al cabo ella casi no iba a esos lugares ni le gustaba mucho salir a farrear, pero con tal de salir con sus amigas aceptaría cualquier cosa que ellas decidieran.

Rara vez se había visto a Justina andando por ahí con un hombre ni mucho menos se le conoció una pareja, se podría decir que era una verdadera zanahoria. Mientras las amigas seguían discutiendo muy animadas sobre la discoteca a la cual irían, Justina, quien ya se había limpiado la porquería de las piernas, se había quedado absorta mirando el envase de mayonesa que estaba situado en el centro de la mesa. Lo miraba con suma concentración, con los ojos ligeramente cerrados y la barbilla apoyada en su mano derecha, mientras por su cabeza pasaban los nombres de un sinfín de discotecas de las que nunca había escuchado hablar.

Opinaba que el color rojo la haría ver muy seductora, por lo que mejor escogió un azul oscuro un poco más serio. No quería equivocarse al escoger el vestido que escogería para ir esa noche a la disco, ya que probablemente nunca más volvería a ir. Se puso los mejores zapatos que tenía y después de revisar nuevamente que todo el trabajo que se había hecho en el rostro era correcto salió de su casa. Como ya se le estaba haciendo un poco tarde agarró afuera el primer taxi que pasó, al que le indicó la dirección exacta y además le pidió que se apurara un poquito.

Lo que le sucedería a continuación Justina nunca lo hubiera imaginado: El taxista, quien en ningún momento había dicho que no conocía la mencionada discoteca, manejó por diferentes calles de lo más tranquilo, hasta que llegó a la zona nocturna de la ciudad donde pretendió dejar a Justina en un bar con un nombre parecido al de la discoteca donde debía ir; ella, si bien no había ido nunca antes a ese lugar, sabía muy bien que el taxista se había equivocado, porque sus amigas le habían anotado en un papel el nombre exacto de la discoteca. El tipo, muy seguro de su trayecto, le dijo que a lo mejor lo del papel estaba mal escrito, y Justina le creyó. Pagó la carrera y se bajó, pero al ingresar al local se dio cuenta de que ninguna de sus amigas estaba allí. Llamó a una por celular y ésta le confirmó que todo lo del papel, tanto el nombre como la dirección, estaba bien.

Justina salió del lugar un poco malhumorada, porque ya había perdido tiempo en ese viaje. Se paró en la vereda a esperar que pasara otro taxi, pero un carro al que ni siquiera había llamado se detuvo frente a ella. Justina se asustó un poco y se disponía a alejarse un poco, pero en seguida se bajó un vidrio del carro y pudo reconocer que el conductor era un primo suyo.

—¡Hola Justina! ¿Te llevo algún lado?
—¡Sí, por favor!

Resulta que el primo había ido a dejar cerca de allí a su hermana, prima también de Justina y por cierto muy diferente a ella, y ya se regresaba a su casa. Tuvo suerte de que él la haya reconocido mientras esperaba el taxi, porque ya se estaba pasando la hora en que había quedado en encontrarse con sus amigas. En el carro le dijo a su primo:

—Mira —le mostró el papelito— este es el nombre del lugar y esta es la dirección. ¿Sabes cómo llegar?
—Sí, por supuesto, también he llevado a mi hermana hasta allí.
—¿Estás bien seguro?
—Jajaja, sí. No te preocupes.
—Bueno, vamos entonces.
—Pero primero debemos pasar por la gasolinera porque estoy a punto de quedarme con el tanque vacío. ¿No te molesta?
—Si solo es eso, no.
­—Sí, solo eso. Voy para allá y de inmediato te llevo a la disco.
—Bueno.

Manejó con rumbo a una gasolinera que no lo hiciera desviar mucho del trayecto que debía seguir para llevar a su prima. Hasta tanto fueron conversando en el carro de muchas cosas, ella de lo difícil que había sido ese último semestre en su carrera, y él de lo mucho que extrañaban los primos a Justina por su ausencia en todas las reuniones que hacían. Resulta que la chica era lo mismo con sus amigas que con su familia. Al cabo de un buen rato de haber andado se comenzó a escuchar un ruido raro en el motor del carro, luego empezó a dar tumbos y finalmente se detuvo por completo.

—¡Chuta! Se acabó la gasolina.
—¡No me digas eso!
—Sí, no calculé bien cuánto podía andar.

Justina trató de ahogar su quejido llevándose ambas manos hasta la cara, pues sabía que no le podía reclamar a su primo por nada.

—¡Y con la gasolinera a apenas tres cuadras de aquí! —exclamó él.

En efecto, desde allí se podía observar a no mucha distancia las luces de la gasolinera. Al ver a su prima a punto de llorar por su pésima suerte le dijo:

—No te preocupes Justina, yo le pido a alguien que me ayude a empujar el carro y en un rato llegamos a la gasolinera.
—Está bien.
—Pero si en verdad se te hace tarde, te puedo indicar cómo llegar hasta la discoteca que está muy cerca de aquí.
—¿En serio?
— ¡Sí! Mira, avanzas por esa calle dos cuadras y luego viras a la derecha y avanzas una cuadra más. Ahí verás a tu derecha un letrero luminoso con el nombre de la disco.
—¡Sí es cerca! Me voy caminando no más.
—Bueno y disculpa por el percance.
—No hay problema.

Justina caminó aceleradamente por la ruta que le había indicado el primo, pero al doblar por la esquina se le rompió un tacón de sus zapatos, ¡sus mejores zapatos! Ahora sí el rostro se le descompuso por la exaltación, porque estando tan cerquita de su destino sabía que no podía ir en ese estado. Trató de tranquilizarse y después de esperar un rato medio escondida por ahí llamó por el celular a su primo:

—Hola de nuevo.
—Hola Justina. ¿Qué pasó? ¿Llegaste a la discoteca?
—No, pero ya sé dónde es. Estoy cerquita.
—¿Y por qué no entras?
—No sabes lo que pasó. ¡Se me rompió un tacón!
—Jajaja, qué mala suerte la tuya.
—¡No te rías!
—Bueno, bueno, no te enojes. Mira, yo ya llegué a la gasolinera y estoy llenando el tanque. Si quieres te paso viendo en un momentito y te llevo a tu casa para que te cambies.
—Mi casa está muy lejos de aquí. Llévame mejor a la tuya, que está más cerca y me prestas unos zapatos de tu hermana que calza lo mismo que yo.
—Me parece buena idea. Estoy seguro de que a mi ñaña no le molestará en lo absoluto.
—Yo sé que no.
—Bueno, en un ratito estoy ahí. ¿Sí?
—Te espero.

Se hizo todo tal como lo habían hablado, pero tantas vueltas con su primo desde que la recogió por primera vez, sumadas al torpe error del taxista, ya le habían hecho perder a Justina un par de horas y la paciencia.

Ya se encontraba en la puerta de la discoteca. Pero cuando se disponía a entrar un hombre la detuvo diciéndole que el lugar estaba lleno y que no podía ingresar.

—¡Cómo que no puedo ingresar! ¡Pero si mis amigas ya están adentro!
—Lo siento, son órdenes del gerente que se respete la capacidad del local.
—Pero vengo sola. ¡Déjeme entrar!
—Tranquilícese. Un grupo de personas ya está por salir y entonces la dejaré entrar. Solo tiene que esperar.
—¡¿Esperar?!
—Sí, solo quince minutos.
—¡¿Quince minutos?!
—Sí.
—¡¿Quince minutos?!
—Oiga, ya no grite por favor.
—¡¿Quince minutos?! —volvió a repetir, mientras agarraba con ambas manos la garganta del sujeto.
—¡Suélteme!
—¡¿Quince minutos?! ¡¿Quince minutos?! ¡¿Quince minutos?!

Y comenzó a estrangular al hombre en ese mismo lugar. Cuando ya parecía que lo iba a matar todo se empezó a poner blanco a su alrededor, un blanco denso pero no completamente puro sino más bien tirando a amarillo.

Poco a poco todo ese blanco se fue alejando de ella hasta que quedó solo en la mayonesa que estaba mirando. Se había quedado dormida con los ojos abiertos y sus amigas, quienes ya se habían dado cuenta, reían a carcajadas al verla así.

—¿Vamos entonces la próxima semana a la discoteca?

—Esteee... no sé. Luego les confirmo.

13 comentarios:

  1. Mmmm. ¿Carol? Al inicio creí que era Elsa por la atención a tanto detallito y el toque de cotidianeidad. Aunque si: Carol podría ser por ciertas temáticas y el final...

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  2. Yo también pensé que era Elsa. (?) pero después supe que era Carol por el ¿!Esperar!? jaja. Muy bueno.

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  3. Muy bacán, aunque en realidad no estoy seguro de quien es tu víctima. jeje

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  4. si al igual que todos yo tambien pense que era elsa pero el final lo aclara todo es carol XD

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  5. Sii yo también hubiera pensado que era Elsa aparte es el mismo nombre de uno de sus personajes (la chica que cambiaba de color de pelo), me parece que hay muchos detalles cosa que no hago pero en cuanto a la temática del sueño puede ser aunque Elsa María uso algo parecido la del bus...

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  6. Tú tienes ya copyrights sobre los sueños en textos Carito xD

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  7. Ajá! Las 5 primeres letras de los 5 primeros párrafos descubren el nombre de C-A-R-O-L. Muy bien!

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  8. Jajajaja Qué bueno. ¡¿Quince minutos?! Creo que Carol hubiera reaccionado igual jajaja

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  9. La maestra no sabe como reacciona Carol. Mal punto Javier. Quizá los estilos de Elsa y Carol se confunden por femeninos. En fin, descubrimos que era una de las chicas. Humm... me he quedado pensando.

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  10. Es Carol. Ella duerme en los textos :D

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  11. Qué loco, no había notado lo que dice Molo. Mensajes subliminales de Javier Maruri ... Genial.

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