Toc... toc... toc... toc... Había llegado hasta allí con mucha prisa. Estaba realmente malhumorado. Ni siquiera saludó al portero que amablemente lo recibió afuera. Al encontrar descompuesto el ascensor, subió corriendo las escaleras como todo un desquiciado; en el camino se topó con un par de personas a las que ni siquiera les pidió permiso para pasar, sino que las esquivó como en esas competencias de esquí alpino, sólo que en este caso iba en ascenso. Toc... toc... toc... toc... Plantado frente a la puerta, un vecino de enfrente, al salir para su trabajo, lo miró largo rato con una cara nada agradable, pero a él le importó un pepino. Llevaba en la mano derecha, hecho un rollo y casi destruido por la presión con que lo sujetaba, una sección de periódico de aquel día. Lo había desenrollado para ojearlo de nuevo, y entonces le abrieron la puerta. Una señora le habló:
—¿Qué se te ofrece?
—¿Se encuentra Doménica aquí?
—No, aquí no está.
—¿Me puede decir dónde la puedo hallar?
—No sé.
Desde el interior se escuchó el grito de un señor:
—¿Quién es?
—Es Marcos.
—¿Y qué quiere?
—Anda buscando a la Doménica.
—Dile que vaya a ver a la casa de mi madre. Aquí que no moleste.
Marcos escuchó lo que el hombre dijo. Miró por un momento a la señora y luego, sin despedirse, se dio media vuelta y se fue. Cuando se aproximaba a la escalera escuchó cómo la puerta fue cerrada de un solo golpe, haciendo un ruido tremendo.
Caminaba apresuradamente por la vereda. Volvió a abrir el rollo de periódico que tenía en la mano y comenzó a leer mientras andaba. No le importaba que la gente se tropezara con él, a fin de cuentas, no es que los iba a herir con el choque de su cuerpo.
—¡Mira por dónde caminas, imbécil!
—¡Tu madre!
El sol a esas horas de la mañana ya quemaba, pero Marcos parecía no sentirlo en lo absoluto. Tanto trajinar por las calles de la ciudad había hecho que su piel quedara bronceada permanentemente, dándole un aire de guerrero inca o algo por el estilo; aspecto que en este momento se marcaba aún más por el hosco semblante, producto del asunto que lo traía molesto y que debía resolver.
Toc... toc... toc... toc... Ésta era una casa a las afueras de la ciudad, bastante más maltrecha que las que la circundaban. Pero a Marcos le molestaba menos esperar allí que en el apartamento del que una hora antes acababa de salir. Una anciana lo recibió:
—Buenos días.
—¿Le puede decir a Doménica que salga un momento?
—Disculpe, ¿cómo dice?
—¡Doménica! Se encuentra aquí, ¿verdad?
—No, no, no. Mi nieta no vive conmigo. Según tengo entendido está viviendo desde hace poco en una casita en el centro.
—¡Puta madre!
—¡Qué!
—No, nada. Gracias igual.
Se fue vociferando algunas maldiciones. Pero a él no lo iban a hacer pendejo, porque notó que la vieja ocultaba algo. Se dirigió a un parque que estaba a menos de una cuadra y se sentó en una de las bancas, procurando quedar tapado medianamente por un arbusto plantado junto al respaldar.
Esperó varias horas. Observó con pena cómo el sol se ocultaba tras unos edificios lejanos. Como a eso de las siete u ocho vio venir por la calle lo que estaba esperando: la Doménica, que caminaba tranquila hacia la casa de la abuela. Sin darle tiempo a nada le cortó el paso y, antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, la tomó fuertemente del brazo y le dijo:
—¡Cierra la trompa! Ahora te vienes conmigo.
—¡Marcos!, ¿qué te sucede? ¡Por favor, suéltame!
—¡Que qué me sucede! ¡Esto pues! —exclamó al tiempo que le mostraba el periódico arrugado que tenía en la mano.
—¿Qué cosa?
—No te hagas la cojuda —y desenrolló lo mejor que pudo el gajo de papeles. Era una sección de ‘Clasificados’. Con el dedo apuntó insistentemente en uno de los avisos— ¡Mira! ¡Mira!
Pero ella no dijo nada, sólo lo miró con los ojos a punto de romper en llanto. Él continuó:
—¿Creíste que no me iba a dar cuenta? ¡Crees que soy estúpido! Si te di la casa era para que vivieras en ella.
—Tú me la compraste.
—¡Pero para que vivieras allí no para que la vendieras!
—Por favor Marcos, suéltame ya.
—Ven, que nos vamos para mi casa.
La chica opuso resistencia y logró desasirse. Pero no corrió.
—Mira, yo creo que las cosas habían quedado claras. Si quieres, podemos...
Un bofetazo le cerró la boca en el instante. Marcos la volvió a coger del brazo y comenzó a caminar, atravesando el parque en dirección a la avenida que estaba al otro lado.
Doménica guardó silencio. Sabía que sería inútil cualquier esfuerzo por soltarse o tratar de hablar con él. Dejó, pues, que salieran las lágrimas con todo brío, y marcando un paso más ligero dio a entender que se iba a comportar. Marcos pareció entender la actitud que asumía la chica, y la soltó.
Poco antes de que de llegaran a la avenida, Marcos le dijo en un tono no menos serio pero sí más sosegado:
—Mira, pórtate bien y verás que no pasa nada. Ahorita que lleguemos a mi casa me preparas la comida y luego nos ponemos a ver la tele. Quiero a la Doménica dulce y hacendosa que solías ser antes. Después hablamos de cualquier otra cosa.
—¿Qué se te ofrece?
—¿Se encuentra Doménica aquí?
—No, aquí no está.
—¿Me puede decir dónde la puedo hallar?
—No sé.
Desde el interior se escuchó el grito de un señor:
—¿Quién es?
—Es Marcos.
—¿Y qué quiere?
—Anda buscando a la Doménica.
—Dile que vaya a ver a la casa de mi madre. Aquí que no moleste.
Marcos escuchó lo que el hombre dijo. Miró por un momento a la señora y luego, sin despedirse, se dio media vuelta y se fue. Cuando se aproximaba a la escalera escuchó cómo la puerta fue cerrada de un solo golpe, haciendo un ruido tremendo.
Caminaba apresuradamente por la vereda. Volvió a abrir el rollo de periódico que tenía en la mano y comenzó a leer mientras andaba. No le importaba que la gente se tropezara con él, a fin de cuentas, no es que los iba a herir con el choque de su cuerpo.
—¡Mira por dónde caminas, imbécil!
—¡Tu madre!
El sol a esas horas de la mañana ya quemaba, pero Marcos parecía no sentirlo en lo absoluto. Tanto trajinar por las calles de la ciudad había hecho que su piel quedara bronceada permanentemente, dándole un aire de guerrero inca o algo por el estilo; aspecto que en este momento se marcaba aún más por el hosco semblante, producto del asunto que lo traía molesto y que debía resolver.
Toc... toc... toc... toc... Ésta era una casa a las afueras de la ciudad, bastante más maltrecha que las que la circundaban. Pero a Marcos le molestaba menos esperar allí que en el apartamento del que una hora antes acababa de salir. Una anciana lo recibió:
—Buenos días.
—¿Le puede decir a Doménica que salga un momento?
—Disculpe, ¿cómo dice?
—¡Doménica! Se encuentra aquí, ¿verdad?
—No, no, no. Mi nieta no vive conmigo. Según tengo entendido está viviendo desde hace poco en una casita en el centro.
—¡Puta madre!
—¡Qué!
—No, nada. Gracias igual.
Se fue vociferando algunas maldiciones. Pero a él no lo iban a hacer pendejo, porque notó que la vieja ocultaba algo. Se dirigió a un parque que estaba a menos de una cuadra y se sentó en una de las bancas, procurando quedar tapado medianamente por un arbusto plantado junto al respaldar.
Esperó varias horas. Observó con pena cómo el sol se ocultaba tras unos edificios lejanos. Como a eso de las siete u ocho vio venir por la calle lo que estaba esperando: la Doménica, que caminaba tranquila hacia la casa de la abuela. Sin darle tiempo a nada le cortó el paso y, antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, la tomó fuertemente del brazo y le dijo:
—¡Cierra la trompa! Ahora te vienes conmigo.
—¡Marcos!, ¿qué te sucede? ¡Por favor, suéltame!
—¡Que qué me sucede! ¡Esto pues! —exclamó al tiempo que le mostraba el periódico arrugado que tenía en la mano.
—¿Qué cosa?
—No te hagas la cojuda —y desenrolló lo mejor que pudo el gajo de papeles. Era una sección de ‘Clasificados’. Con el dedo apuntó insistentemente en uno de los avisos— ¡Mira! ¡Mira!
Pero ella no dijo nada, sólo lo miró con los ojos a punto de romper en llanto. Él continuó:
—¿Creíste que no me iba a dar cuenta? ¡Crees que soy estúpido! Si te di la casa era para que vivieras en ella.
—Tú me la compraste.
—¡Pero para que vivieras allí no para que la vendieras!
—Por favor Marcos, suéltame ya.
—Ven, que nos vamos para mi casa.
La chica opuso resistencia y logró desasirse. Pero no corrió.
—Mira, yo creo que las cosas habían quedado claras. Si quieres, podemos...
Un bofetazo le cerró la boca en el instante. Marcos la volvió a coger del brazo y comenzó a caminar, atravesando el parque en dirección a la avenida que estaba al otro lado.
Doménica guardó silencio. Sabía que sería inútil cualquier esfuerzo por soltarse o tratar de hablar con él. Dejó, pues, que salieran las lágrimas con todo brío, y marcando un paso más ligero dio a entender que se iba a comportar. Marcos pareció entender la actitud que asumía la chica, y la soltó.
Poco antes de que de llegaran a la avenida, Marcos le dijo en un tono no menos serio pero sí más sosegado:
—Mira, pórtate bien y verás que no pasa nada. Ahorita que lleguemos a mi casa me preparas la comida y luego nos ponemos a ver la tele. Quiero a la Doménica dulce y hacendosa que solías ser antes. Después hablamos de cualquier otra cosa.
Arrojó a un lado el periódico ya hecho bulluco y, cogiéndole suavemente la mano, comenzaron a andar por una de las anchas veredas de aquella avenida. A Marcos pareció dibujársele una leve sonrisa en el rostro.